domingo, 9 de mayo de 2010

El realismo petrolero del Medio Oriente.

Más allá de lo importantes que se estén volviendo las potencias petroleras fuera de Oriente Medio, la región seguirá siendo la principal fuente de energía del mundo en los próximos años. A diferencia de Rusia, los miembros de la OPEP de Oriente Medio actúan como un cartel que produce muy por debajo de su capacidad. En los niveles de producción actuales, Rusia quedará fuera de carrera para el 2020. Las condiciones no son radicalmente diferentes en África.
Esto significa que la seguridad energética seguirá dependiendo fuertemente de la política de Oriente Medio, y que los productores de petróleo de la región no cesarán en su intento de imponer las condiciones al mercado mundial. De especial preocupación son los vínculos entre las ambiciones militares y la transferencia de riqueza que las exportaciones petroleras pueden generar. El programa de armas nucleares de Irán y el temible fortalecimiento militar de Irak de los años 1990 ejemplifican la asociación letal entre la hipermilitarización y el poder del mercado energético.
Las amenazas de motivación política a los suministros de petróleo, como siempre, dominan los debates de seguridad energética. Como demuestra el caso iraquí, las guerras y los levantamientos domésticos pueden no sólo afectar el nivel de los suministros de petróleo a corto plazo, sino también socavar la capacidad de producción a largo plazo de un país, dificultando el mantenimiento y la inversión.
No obstante, la potencial amenaza a los suministros petroleros de Oriente Medio de todas maneras está sobreestimada. Contra todas las probabilidades y predicciones, los regímenes de Oriente Medio han sobrevivido tanto a los fracasos del nacionalismo panárabe como a los desafíos del extremismo islámico. Tampoco los temores de que ataques terroristas puedan forzar a la industria petrolera a ponerse de rodillas son muy plausibles. Hasta el momento, el daño producido por ese tipo de ataques demostró tener corta vida.
Y el escenario fatídico de un enfrentamiento entre Israel e Irán que derive en un bloqueo iraní del Estrecho de Ormuz tampoco es particularmente creíble. Es improbable que Irán tenga la capacidad militar para bloquear el estrecho y, si fuera a intentarlo, se enfrentaría a una coalición verdaderamente global como respuesta. Es más, cerrar el estrecho representaría un bloqueo autoimpuesto que afectaría profundamente las propias necesidades energéticas domésticas de Irán, debido a su falta de capacidad de refinación.
De modo que, aunque el poder místico del petróleo como arma todavía persiste, ha demostrado ser una herramienta impotente. Algunos siguen viendo al petróleo como "el equivalente energético de las armas nucleares". Pero la verdad es que el embargo petrolero árabe de 1973 fue un fracaso colosal.
Si hubiera resultado exitoso, el presidente Anwar Sadat, de Egipto, no se habría apresurado a viajar a Jerusalén para firmar un acuerdo de paz con Israel pocos años después. El arma del petróleo no obligó a Israel a replegarse a sus fronteras de 1967, ni tampoco las potencias petroleras fueron capaces de absorber por mucho tiempo los costos que implicaba para sus propias economías la caída de los ingresos. Un uso masivo del petróleo como arma según las líneas del embargo petrolero de 1973 hoy está fuera de discusión.
Sin embargo, hay quienes, como el ex director de la CIA James Woolsey, que predicen que una toma radical del poder en Arabia Saudita podría introducir el uso del arma del petróleo contra Occidente. Pero ser radical no es sinónimo de ser irracional, y más allá de cuál pudiera ser su sesgo religioso o político, ningún Estado saudita podría perder sus recursos por retener las riendas del poder. La riqueza colosal que surge del petróleo hace que los productores no sean menos dependientes del petróleo que los consumidores.
La verdadera amenaza no es que una Arabia Saudita radical pudiera dejar de exportar petróleo, sino que siga haciéndolo aun si el país se volviera radical. Miles de millones de petrodólares se convertirían entonces en el poder de fuego financiero detrás de los designios globales wahabíes.
Ahora bien, ¿es este realmente un escenario muy diferente del que enfrentamos hoy? Después de todo, la riqueza petrolera saudita ha venido suscribiendo al terrorismo desde hace bastante tiempo. Curiosamente, Al Qaeda está feliz con el poder saudita en los mercados petroleros. En uno de sus pronunciamientos, llegó a admitir que Arabia Saudita "debe permanecer a salvo... porque es la principal fuente de fondos para la mayoría de los movimientos de la Jihad".
Si seguridad energética implica la disponibilidad de un suministro suficiente a precios accesibles, entonces el verdadero problema de la seguridad surge del poder del mercado, de un sistema de precios basado en carteles que dictan precios artificialmente altos que nunca podrían existir en un mercado competitivo.
De hecho, la aspiración de mantener el control del mercado explica la oposición de la OPEP al Protocolo de Kioto, cuya implementación podría reducir la demanda global de petróleo en un 20 por ciento, y su temor de que Estados Unidos pudiera seguir el ejemplo de Europa y combatir la adicción al petróleo mediante un drástico aumento de los impuestos a la energía.
El presidente Barack Obama ha advertido en repetidas oportunidades que la transferencia de riqueza a países productores de petróleo hostiles es una amenaza importante para la seguridad nacional de Estados Unidos. Su plan de un recorte sustancial en el consumo de petróleo de su país para cumplir con el objetivo de reducir las emisiones de carbono y un plan de diez años para desarrollar energía limpia son aspiraciones encomiables. Pero las políticas destinadas a reducir el consumo de petróleo son proclives a chocar con la necesidad urgente de reavivar la economía de Estados Unidos.
Mantener la estabilidad en Oriente Medio por el bien de la seguridad energética se ha vuelto hoy algo secundario a la necesidad apremiante de afrontar los desafíos planteados por los problemas en Irán, Irak y Afganistán. Pero, aun si Estados Unidos lograra reducir el consumo de petróleo en hasta un 17 por ciento, todavía tendría que depender del petróleo del Golfo, y en consecuencia de la seguridad energética en la región.
Shlomo Ben Ami*

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